miércoles, 11 de marzo de 2009

El Delito Perfecto

Subía yo por la escalera posterior de aquella casona que me parecía lúgubre y tenebrosa; después de ocultar en el cesto de basura, la macabra evidencia del delito cometido por mi mejor amigo.
Cerca de las doce del medio día, el sol calentaba mi espalda, mi mejor amigo se mostraba inquieto, caminaba de un lado a otro como caminan aquellos hombres que esperan la muerte tras las rejas; me alejé unos metros de él con cierto recelo; su mirada fija y penetrante me asustaba un poco, decidí entonces, llevarlo a casa de mi tía y saludarla. Llegamos pronto a la casona de mi tía, a la que no le gusta ninguna clase de animal; los presenté mutuamente y ella nos invitó a entrar, al instante me estremecí, aquella casona siempre me había producido temor, era una de aquellas casas, muy antiguas, de las que al pasar piensas que debe estar desabitada o quizás embrujada…

Dejé a mi amigo sentado en la sala, me dirigí al baño y me lavé las manos, al salir vi con sorpresa a mi amigo en la puerta del baño, con la apariencia de estar esperando algo; me dirigí a él, asumí que me esperaba, lo volví a llevar a la sala y le ofrecí un poco de agua, al instante nos dio el alcance mi tía, siempre con su vestido negro, casi ya desteñido por el continuo uso, desde la muerte de su esposo hace ya más de dos años; habían sido muy felices, hasta que lo asesinaron por un ajuste de cuentas que tenía con unos prestamistas mafiosos; bueno, en realidad lo atropelló un auto, pero siempre es bueno dar un poco de suspenso a la historia. Llegó hacia nosotros, vio a mi amigo con un poco de molestia y me dijo que subiría a recostarse un momento, ya que uno de sus muchos dolores de cabeza le había tocado la puerta, y así lo hizo.

Me quedé en la sala viendo televisión con mi amigo, él estaba inquieto, así que decidí ir a la cocina e invitarle algún bocadillo; no terminaba de prepararlo cuando oí un grito desesperado que venía directamente desde la habitación de mi tía, asustada, subí las escaleras mientras seguía oyendo lamentaciones de mi tía. Al llegar a la puerta de su cuarto la encontré entreabierta, tomé aire y me dispuse entrar en la habitación, de donde no se oía ya ningún grito, asomé la cabeza y vi con horror lo que ya me temía, había sucedido…

Sin perder tiempo corrí al closet y saqué una bolsa grande, recogí lo que yacía en el piso y salí por la puerta de atrás, lo puse en el vote de la basura y subí la escalera; al entrar a la casa me lavé las manos y subí a limpiar el piso del cuarto de mi tía, lo dejé muy limpio, tanto que creí que al ver la habitación cualquiera notaría la demasía pulcritud; de pronto un rayo fugaz pasó por mi mente: ¡mi amigo!; no lo había visto desde que “lo hizo”; sin perder un segundo empecé a llamarlo, pero no oí sonido alguno, comencé a preocuparme, de pronto escuché el chirrido de una puerta, me dirigí hacia aya y vi a mi tía parada frente a mi amigo, siempre con su vestido negro casi desteñido, me miró fijamente y me dijo: “lo ha vuelto a hacer”, bajé la mirada y ahí en el piso sentado con la lengua afuera estaba “mi amigo”, un pequeño pekinés que había vuelto a mojar el piso de la casa de mi tía, que en realidad no usaba un vestido negro siempre, porque en realidad no había muerto su esposo, bueno, porque en realidad nunca había estado casada; pero siempre es bueno dar un poco de suspenso a la historia.

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